martes, 19 de julio de 2011

Libre de y 28 de julio,

Luis se está preparando para el 28 de julio, está que hace planes y los deshace porque bueno, la gente no se decide a dónde ir, aunque piensa qué llevaría, con qué se abrigaría. Y como él es así, no deja de pensar en porqué el 28 de julio se vuelve una época de catarsis para la gente como todas las fechas de independencia de cada país del mundo. El hecho de salir a conocer puede tener algo de aventurero y batallón independista (si es que existe el término), pero todo lo demás, fotos, tragos, euforia, parejas, plancillos o encontronazos y excesos demás, dejaría a cualquier libertador con ganas de que seamos colonos sin ningún privilegio. Salvo que se haya ganado alguna batalla previa porque dicen que los soldados solían arrasar como derecho con todos los excesos que querían.

Luis mira sus cuentas, hace números, sufre, se pone a pensar en la catarsis, se anima un poco, piensa en sus amigos, se anima más, los cambios de aires, su cuenta. Lo bailado nadie le quita se promete y las ampollas de los pies para seguir chambeando tampoco, se replica. Se sienta. San Martín y Bolívar nunca se habrían visto en tamaña indecisión independista (si es que existe el término) como se lo plantea Luis. Ahora que soy libre prosigue, puedo hacer lo que quiera, pero él prefiere siempre pensar que es libre para y no libre de, a todos les tienta la idea de ser libre de todo y hacer lo que quiera y a pocos les gusta ser libre para hacer todo lo que queremos pensando en lo que molesta al libre de... respuestas, responsabilidades y todo lo demás que involucra a alguien más para estar libre de... y Luis sigue rápidamente estos pensamientos enredados y se da cuenta de que quizá no quiere salir si se trata de estar libre de.

Un bayonetazo bien puesto lo había dejado cojo de por vida. Por una idea de libertad que sentía debía ser ganada incluso aunque él no la viviera. Él, soldado raso, se imaginaba como San Martín lo decía con actos, el ser libres para crear su propio destino, para construir un país soberano. Pero claro, los primeros libres no fueron todos ni los soldados rasos sobrevivientes primeros, sino los que pudieron apropiarse de las tierras, haciendas y demás materiales.

Luis no lo sabía, pero por el corría la sangre de ese soldado raso anónimo, de ese carne de cañón que dejo descendientes libres para y que muchos fueron convirtiéndose en libres de y esclavos de otras cosas. No lo sabía, pero veía su cuenta, veía su motivo para y sólo tenía tres cosas a las que le estaba siendo fiel y tenían que ver con él y construía, en lugar de desprenderse ilusoriamente de algo o alguien.

Y pensó que quizá sería mejor quedarse para hacer lo que la mayoría no hace. Quedarse ya sin reproches de alguien al costado que lo miraba con desdén incomprensivo. Sonreir un rato y disfrutar del territorio liberado de una Lima que si la mirabas en su grisácea panza, había algo de colores en su silencio sin tráfico, en sus calles sin dinero circulante, en ese desierto donde se pegó el último grito de independencia de sudamérica.

Así Luis ya no empaca, ni siquiera mentalmente.

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